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Thomas Taylor

sábado, 30 de mayo de 2009

DE LA SABIDURÍA ANTIGUA A LA PSICOLOGÍA MODERNA


Por Isaac E. Jauli Dávila

Publicado en la Revista Sophia de España. Nro. 91 y 92. Jul-Ago. 1996.


El surgimiento de la psicología transpersonal ha permitido a la ciencia reconocer y rescatar valores espirituales completando el círculo del espíritu y la materia. Declaración que forma parte del paradigma desarrollado por Ken Wilber y Ram Dass, dos de los principales exponentes de la cuarta fuerza, como se le ha denominado a la moderna visión psicológica del hombre.

En su desarrollo, esta nueva corriente de la psicología se ha sumergido en las antiguas tradiciones del mundo, redescubriéndolas y sintetizando su sabiduría. Desde tiempo atrás y con similares inquietudes, los estudiantes de la sabiduría antigua venían investigando en las obras teosóficas de H. P. Blavatsky, Annie Besant, C. W. Leadbeater, I. K. Taimni entre otros, descubriendo una amplia y profunda visión psicológica en sus concepciones. No fue hasta que la corriente psicoanalítica irrumpió en la ciencia del conocimiento del hombre, cuando el material teosófico adquirió importancia y vigencia para todos aquellos estudiantes que en el pasado se habían declarado escépticos por no comprender esta ciencia del espíritu.

La psicología es sistemática y práctica pero sus alcances son poco profundos, ya que sólo toca algunos fragmentos del hombre, del hombre total. Pero el investigador con una visión integral observa que ambos conocimientos son valiosos, tanto la Teosofía que contiene en su amplio campo la tradición psicológica de todas las edades, como la psicología moderna, salvo que la primera no lo tiene sistematizado. Es el Dr. C. G. Jung quien más ha apoyado con sus teorías a la antigua tradición, como el desarrollo del inconsciente colectivo, los arquetipos, la sincronicidad, la naturaleza micro y macro de la consciencia del hombre, concepciones que han dado amplitud a la ciencia en su búsqueda del entendimiento humano.

El hombre es un dios en potencia, una chispa espiritual cubierta de capas de materia de las cuales trata de escapar. La creatividad reflexiva y los impulsos espirituales lo despiertan de su ignorancia para emprender la búsqueda del significado de la vida. El hombre aprende primero pensando lo que no es, y después dándose cuenta de lo que Es. Tiene que pasar por etapas de frustración, de desaliento y alienación. Oscuros espacios en la vida humana llenos de fantasmas, vacíos, desesperados y angustiosos. Morir para nacer, reza el antiguo rito iniciático; el psicólogo lleva al enfermo de melancolía a través de turbios laberintos, desde los charcos de obsesión y pérdida de la razón, hacia la búsqueda de la verdadera naturaleza de su Ser, de la consciencia de su integración. Jung fue un gran explorador de las profundidades del Ser, de los sótanos del inconsciente humano y cósmico. Buscaba rescatar lo perdido, lo oculto primitivo y la sabiduría infinita que anida en la penumbra de la consciencia. En esta investigación, su objetivo fue la integración, que lo llevó a enunciar el principio de energía psíquica; la ley que permite comprender cómo el inconsciente es una función compensadora de la consciencia limitada del yo personal.

Es el equilibrio que mantiene las funciones básicas de los vehículos bajos de la consciencia, la función racional: pensamiento-sentimiento, que nos permite distinguir el placer y el dolor, ligados a un yo personal que se identifica con estos contenidos mentales. La función irracional: sensación-intuición, son respectivamente la percepción externa e interna, conforman los dos polos compensadores. El desequilibrio de una de estas funciones en la consciencia del yo personal busca su contraparte en el inconsciente: que, de no producirse, nos lleva a la neurosis.

La psicología teosófica puede ir más lejos, porque sus proposiciones sobre la naturaleza del hombre –espíritu y materia fusionados con consciencia- son profundas. Desde los albores de la humanidad se le ha comunicado al hombre que se enfrente a sus desequilibrios, cuya solución subyace en el autoconocimiento. “Hombre, conócete a ti mismo,” reza el frontispicio del Oráculo de Delfos. Observándote sin prejuicios, sin filtros ni dogmatismos llegarás a constatar, primero con la razón y después con todo tu ser, que eres Eso. Percatación pura, consciencia eterna, aprisionado en una cárcel de carne.

La naturaleza septenaria del hombre que enseña la Teosofía está ligada a la energía psíquica postulada por el Dr. Jung. La psicología teosófica declara que no podemos conocer la Realidad con una sola función –el intelecto- ya que éste es sólo uno de los aspectos de la consciencia total, limitado a su propio plano. La Realidad es mucho más amplia. Las funciones de la mente limitan y circunscriben la realidad cuando el intelecto sólo mira hacia abajo, hacia la materia. La Realidad interpretada con el pensamiento la experimentamos primero como ideas que constituyen el conocimiento, pasan en seguida a formar parte de la memoria y, finalmente fragmentadas son nuestros pensamientos comunes; como lo propone Krishnamurti. Este pensamiento está ligado al pasado, a lo que ya no es, y en su fantasía el hombre lo proyecta hacia adelante, surgiendo el futuro. La fragmentación de la Realidad por parte de la mente concreta, nos impide experimentar la Realidad Creadora flotante y eterna.

Equilibrar las funciones del inconsciente y del consciente es una tarea ardua; lo que Jung llamó armonización es el primer paso de la auto-realización, de la individualización. Implica el reconocimiento, la comprensión y la aceptación de uno mismo. La psicología junguiana declara que los vehículos bajos de la consciencia del hombre están formados de materia viviente. De energías que están encaminadas a su propia evolución, lo que nos permite comprender la naturaleza de las tendencias autónomas que tanto inquietan al individuo y su ocultamiento en la oscuridad del inconsciente personal. Jung llamó la Sombra al conjunto de energías que representan el aspecto oscuro compensador del yo personal. El mal que tanto se desea destruir y hacer desaparecer del mundo, lo llevamos dentro de nosotros. La sombra no es tocada por la educación o el refinamiento, no la afectan nuestras campañas de represión religiosa que tratan de hacer desaparecer de nuestros pensamientos los impulsos destructivos, lascivos y violentos; por el contrario, cuanto más nos inclinemos hacia el polo del “hombre bueno”, descuidando su opuesto, más peligrosa se vuelve. El hombre no se da cuenta de que está incompleto al rechazar y reprimir sus aspectos negativos, y éstos solo le hacen gastar gran cantidad de energía psíquica al mantener en el sótano de su inconsciencia aquello que no quiere reconocer que es parte de él. Requiere esfuerzo moral aceptarnos tal como somos y dejar los caros ideales, en especial cuando son muy elevados. Aceptación que nos crea irritabilidad y ausencia de tolerancia.

Para el estudiante serio, para el buscador de la verdad, encarar su armonización se vuelve una emergencia impostergable. El primer paso, lo que H. P. Blavatsky denominó el vestíbulo del conocimiento, es la aceptación de nuestra naturaleza baja. Aceptación que demanda estar alerta, vigilantes, atentos a los movimientos de la mente y del inconsciente personal. Reconocer nuestra oscuridad y no proyectarla al exterior. Ser lo suficientemente valientes para aceptar que somos oscuridad y luz. Pero esta etapa no es la meta, tan sólo es el preámbulo, por lo que no debemos quedarnos satisfechos con la serenidad, la paz que nos otorga la armonización de los vehículos del yo egoico. El camino aún es largo, la altura del siguiente nivel es de mayor armonización al tocar el inconsciente colectivo, permitiéndonos observar el vestíbulo de la sabiduría, como lo señala el libro La Voz del Silencio.

Con la aceptación del inconsciente colectivo nos ponemos en contacto con la hermandad de todos los seres vivientes, hijos de la misma fuente eterna. Aceptar la realidad de lo que somos, en lugar de soñar en lo que nos gustaría ser, es la tónica de la concepción junguiana. Lo que se enfatiza profundamente cuando Krishnamurti señala que el equilibrio, la integración de nuestro Ser, no es la meta, es tan sólo el punto crítico en el sendero. En este punto crítico, la identificación con los contenidos mentales que dan origen a la egoidad, al yo personal, fallan saturando a la consciencia. Entonces hay silencio y serenidad donde los ritmos de la espontaneidad divina se pueden expresar libremente, sin resistencias.

Al no haber más dualidad, la persona es un punto crítico de integración, responsable de su propia disolución. Para alcanzar este punto crítico, coinciden tanto la psicología como la Teosofía en las siguientes etapas: a), reconocer y aceptar la confrontación con nuestros aspectos reprimidos y negados, con nuestra sombra. Esto no persigue hacerla desaparecer, sino “negociar” con ella, como sugiere la Dra. von Franz.

b), constante atención y observación del proceso psicológico, así como a los acontecimientos sincrónicos. La coincidencia de los hechos en el espacio y en el tiempo significa más que puro azar, es una interdependencia peculiar de hechos objetivos entre sí, así como entre ellos y estados significativos (psíquicos) del observador y de lo observado.

Esta concepción de la sincronicidad es respaldada por los doctores Rupert Sheldrake y David Bohm, cuando en los enunciados de sus teorías sobre los campos morfogenéticos y orden implicado, proponen la existencia de un orden, un patrón de consciencia que es el determinante relativo del mundo físico, del observador y el objeto observado; o como la llamara Bohm, el orden implicado. En la enseñanza teosófica está referido a la existencia de múltiples niveles de consciencia, dimensiones del espacio, donde el plano físico tan sólo es uno más, interpenetrado por sutiles velos de materia llena de vida, de consciencia. Lo que Jung declara como acontecimientos sincronizados, pueden llamarse como acontecimientos kármicos, que es el término usado en Teosofía.

c), una profunda actitud de apertura donde trascendemos nuestras propias limitaciones y creencias; donde el arte de la meditación, el instrumento enriquecedor de auto-consciencia, es el medio idóneo.

Resumiendo, podremos concluir que las enseñanzas teosóficas tienen profundidad para revelar la esencia de la naturaleza humana, su verdadera realidad. Pero no presenta teorías psicológicas, tan sólo señala el camino al corazón del hombre. Por otro lado, el análisis junguiano nos ofrece conceptos básicos que permiten un conocimiento limitado de nosotros mismos, la sombra, el inconsciente, los acontecimientos sincronizados, los arquetipos, etc. Está sistematizado lo que puede ser de gran ayuda como etapa inicial para el investigador.

Como hemos señalado al principio de este artículo, es el tiempo de unir lo separado por la mente materialista del hombre. Examinemos los contenidos psicológicos de la Teosofía, integrándolos y sintetizándolos; pero con el cuidado de no convertirlos en técnicas repetitivas, en métodos mecánicos, lo que les haría perder su poder evocador de las fuerzas espirituales. La Teosofía puede sustentar los cimientos de un gran sistema científico que el mundo ha conocido. El sistema de entendimiento que nos rescate de las tinieblas y nos lleve a la luz, a Atman; a la verdadera naturaleza del hombre y del Cosmos, que es eterna, impredecible, amorosa.

Bibliografía.

- Diálogos con científicos y sabios. Renée Weber

- La Voz del Silencio. H. P. Blavatsky

- El Proyecto Atman. Ken Wilber

- Sincronicidad. C. G. Jung

- Encuentros con la Sombra. C. Zweig y J. Abrams.

- Psicología y Religión. C. G. Jung

- Alquimia. Marie-Louise von Franz

- La Mente y la Consciencia. I. K. Taimni.

- Estudio sobre la Conciencia. A. Besant.

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