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A la Sagrada Majestad de la VERDAD

Thomas Taylor

domingo, 29 de mayo de 2011

DEL CONOCIMIENTO A LA SABIDURÍA

Danielle Audoin, ‘The Theosophist’, febrero 2001

 

Al observar el estado del mundo en que vivimos podemos preguntarnos si la acumulación de conocimientos no estorba el despertar de la Sabiduría.  Ha habido enorme progreso en los campos de la ciencia y del conocimiento humano en general.  Pero el mundo no ha mejorado.  El sufrimiento y la miseria de la humanidad no ha disminuido.  Nunca nos hemos confrontado con tantas malas noticias.  La inseguridad ha crecido; los conflictos van en aumento; el crimen crece incesantemente.  Incluso parece como si las sociedades más avanzadas causaran los más serios problemas.



La ciencia de la computación y sus avanzadas tecnologías, cuyo progreso está entre los logros más espectaculares del siglo, está produciendo una verdadera mutación en la vida laboral.  El propósito de la máquina ya no es simplemente ayudar al hombre sino reemplazarlo.  La introducción de robots, lo cual libera al hombre de tareas repetitivas, pesadas y tediosas, puede haberle dejado más tiempo para el descanso, la reflexión y cierta cantidad de introspección.  Esto podría haber reducido el estrés.  Pero parece que sólo ha aumentado su descontento y avivado su codicia por ganancia material y objetos que supone le dan más confort.  Aparentemente se ha extendido el egoísmo; no se quiere compartir el trabajo, la brecha entre ricos y pobres comienza a ensancharse, y crece el interés personal a expensas del bien común.



Todo esto es comprensible cuando se trata de personas definidamente materialistas, para quienes el propósito de la vida es simplemente aumentar sus riquezas, su poder o su fama.  Para personas así tiene aplicación la máxima, ‘la ciencia sin conciencia no es sino la ruina del alma.’



Sin embargo podríamos imaginar que personas que proclaman estar espiritualmente inclinadas debieran tener una actitud fundamentalmente diferente.  Pero si observamos lo que sucede en casi todos los movimientos espirituales o religiosos, encontramos que allí también hay una gran cantidad de egoísmo, orgullo e intolerancia.  Y con frecuencia  los más eruditos en ‘sagradas escrituras’ o literatura espiritual, son los que están más lejos de la sabiduría!



En medio de nuestros mismos grupos hay personas que tienen un vasto conocimiento teosófico pero cuyo comportamiento en la vida diaria es muy similar a la de los materialistas.  Temen por su seguridad y confort.  Sus reacciones auto-protectoras crean conflictos que posiblemente son sutiles pero que muestran una gran falta de sabiduría.  Es obvio que el conocimiento, ya sea científico, tecnológico o ‘espiritual’, no conduce necesariamente a la sabiduría. Puede incluso convertirse en un obstáculo para el progreso humano, para el florecer de la conciencia, una barrera que bloquea el acceso al sendero espiritual.



Por las enseñanzas teosóficas sabemos lo que debiéramos hacer, y sin embargo continuamos haciendo lo opuesto.  Sabemos qué etapas conducen al Sendero, a qué tipos de comportamiento debiéramos renunciar y qué cualidades desarrollar.  Pero continuamos viviendo como si no supiéramos todo esto.  Nuestro conocimiento es teórico, una masa de información ¾ datos que hemos guardado en nuestra memoria.  Pero todo esto permanece en el nivel superficial del intelecto, fuera de nosotros en cierto sentido ¾ como un vestido del que estamos orgullosos pero que de ninguna manera altera nuestra naturaleza y por consiguiente nuestro comportamiento.  Nuestro conocimiento es estéril.



Debiéramos preguntarnos: ‘¿Por qué estudiamos?’  Si nuestro motivo fuera correcto, no caeríamos en la trampa del conocimiento teórico.  Oigamos el consejo del Dalai Lama durante una sesión de estudio en Francia en 1991:  ‘Para nosotros, seamos maestros o estudiantes, es muy importante usar las enseñanzas para transformar nuestra mente ¾ y no para acrecentar nuestro conocimiento adquirido en libros, para ser más famosos o satisfacer otros fines de la vida diaria.’



¿Estudiamos con el objeto de acrecentar nuestro conocimiento adquirido en libros?  El materialista está ávido de cosas materiales.  El estudiante espiritual puede estar ávido de enseñanzas espirituales.  El objeto de codicia ha cambiado, pero la codicia permanece y puede mostrarse en un incesante deseo por incrementar nuestro conocimiento.




¿Estudiamos para aumentar nuestra fama o satisfacer otras necesidades de la vida diaria?  El conocimiento puede llegar a ser una herramienta de poder y prestigio.  Si tales actitudes constituyen, aun sutilmente, los motivos para nuestro estudio, entonces nuestro conocimiento permanecerá estéril y no se transformará en profundidad. 



Si las enseñanzas han de transformar nuestra mente y todo nuestro ser, deben asimilarse.  El conocimiento debe convertirse en conocimiento interno o realización.  La información no debe permanecer almacenada en la memoria intelectual.  Debe digerirse e impregnar profundamente nuestra naturaleza.  Puede ser que en nuestras relaciones con las enseñanzas teosóficas estorbemos este proceso por miedo de olvidar los detalles de nuestro conocimiento y perder el prestigio vinculado a él.



Uno podría decir que el verdadero conocimiento, que es comprensión y no la acumulación de datos, es el resultado de la lucha por liberarnos del conocimiento.  Ciertamente es una lucha, pues el conocimiento produce la ilusión de seguridad y por consiguiente es difícil de renunciar.  El conocimiento nos satisface.  Puede producir un cierto sentido de intoxicación.  Es como un tranquilizante que da una impresión de bienestar, pero que no cura nuestra profunda angustia.; o como una droga de la cual dependemos.  Si realmente deseamos hollar el sendero espiritual, es decir, producir en nosotros las transformaciones que puedan liberarnos del sentimiento de separatividad y de los errores y sufrimientos resultantes, entonces debemos liberarnos de los apegos del conocimiento.



‘Aprender’, dijo Lao-Tse, ‘consiste en acrecentar nuestro surtido de conocimientos cada día.  La práctica del Tao consiste en disminuirlo.’  Practicar Tao significa hollar el Sendero.  Si no deseamos permanecer como meros teóricos teosóficos, bloqueados a la entrada del Sendero, debemos estar deseosos de desaprender.



Sin embargo, antes de que podamos desaprender debemos haber aprendido.  Lo opuesto al conocimiento, referido al Zen, Tao y otras tradiciones, no es la ignorancia.  Es ir más allá del conocimiento, es la ausencia de acumulación de conocimiento.  De tal manera que cuando estudiamos con el objeto de producir transformación interna, debemos a la vez aprender a desaprender.  Los dos procesos pueden tener lugar simultáneamente, si tratamos de comprender en lugar de contentarnos con acumular. 



Cuando la mente está recargada con conocimiento teórico, se cierra sobre sí misma, se aprisiona en la separatividad.  Así, el conocimiento teórico de que la Vida es Una, puede, paradójicamente, fortalecer el sentimiento de separati-vidad.  San Juan de la Cruz dijo que sólo vaciando nuestra memoria es que podemos escapar de nuestra soledad fundamental, y prepararnos, a cada momento, para comprender a todos los niveles.  Una mente recargada no tiene acceso a la comprensión.



Por tanto el conocimiento es sólo un estado más allá del cual tenemos que pasar para alcanzar verdadero conocimiento, que es comprensión y sabiduría.  La memoria sobrecargada es como un cuerpo extraño que pesa demasiado y oscurece la mente.  Entonces las ventanas de la percepción se opacan.  Cuando la mente está vacía, recobra su naturaleza esencial que es transparencia, el aislamiento se rompe, la comprensión es posible, las causas de conflicto y sufrimiento desaparecen.



De acuerdo con Aldous Huxley, la comprensión se obtiene cuando uno se libera de lo viejo (es decir, de todos los contenidos de la mente) y se hace posible entonces el contacto directo, sin interferencia del pensamiento y sin referencia al pasado. 



Plotino dijo algo similar: ‘Debemos trascender la ciencia y recluirnos en lo que es esencialmente Uno.  Debemos renunciar a la ciencia, a los objetos de la ciencia y a toda búsqueda intelectual.’  (Podemos remplazar la palabra ‘ciencia’ por ‘conocimiento’.)  Y él define sus estados de éxtasis como ‘la liberación de la mente de los grilletes de su conciencia limitada, de tal manera que se une y se identifica con el Infinito’.  La conciencia mental limitada es conciencia identificada con el conocimiento y aprisionada en la memoria conceptual.  Sólo una mente libre de esos grilletes puede unificarse con el Infinito ¾ o mejor, en tal momento, es el Infinito, el Uno, puesto que toda barrera que la aísla del Infinito ha desaparecido.



Todo esto puede resumirse en la declaración de Krishnamurti de que sólo cuando el pensamiento cesa es que hay Sabiduría, y que el pensamiento solamente puede cesar cuando se pone fin al proceso de acumulación.



De tal manera que debemos darnos cuenta de los límites del conocimiento.  Aunque indispensable en la vida práctica, no ofrece al mundo ni seguridad ni paz.  No contribuye al verdadero progreso de la humanidad.  No tiene ningún lugar en una búsqueda interna, en el despertamiento de la conciencia, en el descubrimiento del significado profundo de la vida.



También debemos darnos cuenta del motivo de nuestro apetito por conoci-miento.  Lo acumulamos por una necesidad de seguridad, de certidumbre.  Construimos así una fortaleza de ideas y conceptos que se convierte en una verdadera prisión.  ¿Podemos finalmente darnos cuenta de que los muros de esa prisión son sólo como un viento?  Si realizamos esto totalmente, podría haber una liberación instantánea.  En nuestra búsqueda de sabiduría, es nuestra obstinación en usar una herramienta inadecuada lo que coloca la meta que hemos de lograr en un lejano futuro.  La confusión mental crea la distancia.  Cuando la mente está vacía esa distancia se evapora y la meta llega a ser una con el Sendero.  Por esa razón se ha dicho que el primer paso es también el último.

 

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